jueves, 17 de junio de 2010

De la máquina de escribir al periodismo digital

Rosario Montenegro Z.

Cuando a finales de los años 80 estuve por primera vez en una sala de redacción como aprendiz de periodista, pensé que no tendría mayores problemas para redactar buenas historias. Incluso mi osadía me hizo pensar que las mías podrían ser mejores que las de algunos colegas con experiencia y unos años de más.


¿Qué me hacía pensar eso? Además de mi juventud, tenía una excelente destreza para manejar una máquina de escribir, de hecho en mi adolescencia había sacado un curso como mecanógrafa comercial, título que a mis 14 años me sonaba importante, y como si fuera poco, en la universidad nos habían impartido la dactilografía como una materia que formaba parte del pénsum académico.


Pronto, pero muy pronto, me di cuenta de que necesitaba algo más que la rapidez en el manejo del teclado para redactar historias que interesaran a los lectores o por lo menos convencieran a mi editor de que eran publicables.

Minutos, quizás hasta horas frente a aquella bendita máquina tratando de escribir el famoso “lead” de una simple nota de prensa, ya no digamos un reportaje, así pasé mis primeros días, mis primeros meses.

Empecé a sentir admiración y envidia de la buena por esos periodistas que lo único que necesitaban era sentarse frente a sus viejas máquinas para producir grandes reportajes, crónicas y artículos de opinión, aunque sólo utilizaran uno o dos dedos para escribir.

Entonces aprendí que si quería ser periodista necesitaba algo más que destrezas en el uso de una máquina de escribir. Indudablemente tenía mucha pasión, eso me ayudó, así que no estaba dispuesta a desistir fácilmente. Gracias a eso o quizás por mi juventud, encontré el apoyo de mis editores, quienes me animaban y me decían “vamos usted tiene madera”. ¡Y yo les creía!

Cuando apenas empezaba a demostrar que “tenía madera”, pues ya no pasaba tanto tiempo frente al teclado para producir una “buena entrada”--bueno dejémoslo sólo en una “entrada”-- a la administración del periódico se le ocurrió sustituir las viejas máquinas de escribir por computadoras. ¡Uff!, por suerte el teclado era similar a la de mi vieja “Olympia”.

Aunque el ingreso a la “modernidad” nos causaba mucha emoción, el asunto no dejó de ser algo traumático, incluso para los más jóvenes. Para empezar…¿cómo escribiríamos sobre algo que no era papel? No entendíamos cómo el editor iba a ver nuestra nota, ya no íbamos a poner un montón de “x” cuando nos equivocáramos, porque sólo bastaba con darle “delete”. ¡Y sobre una pantalla!

Otra vez volví a quedarme buen tiempo ahora frente a la computadora, sin encontrar la forma para producir un bendito “lead”. El problema ahora no era sólo pensar cómo ordenar mis ideas y la información que tenía en mi libreta, que sólo yo entendía, también tenía que enfrentarme a un nuevo aparato que no sabía manejar.

¡Cuántas veces deseé regresar a la vieja máquina de escribir! Pero logré sacarla completamente de mi vida.

Ahora resulta impensable hacer periodismo si no tenemos frente a nosotros un ordenador. Sencillamente imposible. Y no para utilizarlo, como al inicio, como una máquina de escribir, pues prácticamente se ha vuelto rutinario revisar nuestros correos, escudriñar en los archivos digitales o en las redes sociales antes de escribir una nota, un reportaje, una crónica. ¡Ya no puedo vivir sin internet!

Y es que las nuevas tecnologías nos han dado múltiples herramientas para hacer periodismo, pero no sólo eso, también representan una oportunidad para que los periodistas nos convirtamos dueños de nuestras propias empresas periodísticas, un anhelo que albergamos muchos, pero que hasta hace poco era sólo eso, un anhelo.

Sin embargo, el crecimiento vertiginoso de estas nuevas tecnologías también nos plantea nuevos retos. Ya no sólo nos enfrentamos a la competencia de los medios tradicionales, sino que a nuestras propias audiencias, que ya han dejado de ser simples receptores para convertirse en nuestros competidores.

¿Competidores? Sí competidores. Una de las características del internet es la inmediatez, y muchos acontecimientos son dados a conocer primero por nuestras audiencias en sus espacios virtuales, antes de ser difundidos por los medios tradicionales.

El internet, a diferencia de los medios tradicionales, permite que exista una verdadera interacción entre las audiencias y los periodistas, y los primeros ya dejaron de ser simples receptores, ahora nos confrontan, nos cuestionan y por si fuera poco, crean sus propias historias.

Ese cambio en el comportamiento de las audiencias, producido gracias a la llegada de los medios digitales, es lo que ha creado el primer gran sismo en la estructura tradicional de los medios de comunicación, tal como señala el periodista colombiano Elber Gutiérrez.

Pero esta “era digital”, que de repente parece atropellarnos, también nos ofrece a los comunicadores y periodistas la oportunidad de crear nuestros propios medios sin tener que contar con un gran capital, algo impensable hace unos pocos años. Pero también nos enfrenta a nuevos desafíos, los que también cubren a la academia, que debe ajustarse a estas nuevas exigencias.

Con el avance de las nuevas tecnologías el nuevo perfil del periodista debe ser integral, con una visión más de empresario que de empleado. Debe desarrollar múltiples habilidades, escribir para internet, diseñar sus propios espacios, generar productos multimedia, administrar contenidos y comunidades en línea.

Pero al igual que antes, que no bastaba con tener destrezas para escribir a máquina, hoy tampoco son suficientes las habilidades para manejar las nuevas tecnologías, si no van acompañadas de una buena historia, con fuentes creíbles, buena redacción y de interés ciudadano.

Desde la vieja Remington hasta la moderna computadora personal, el reto sigue siendo el mismo: hacer periodismo cada vez con mejor calidad.

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